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Fotógrafo, poeta,  ensayista, periodista (Les lettres françaises), Franck Delorieux es el autor de Roger Vailland, libertinage et lutte des classes (Le Temps des Cerises, 2008), de Les Saisons (Las Estaciones) y de una novela Ils (Le Temps des Cerises, coll. « Les Lettres françaises »).

Publico recientemente Quercus suivi de Le Séminaire des nuits y en la editorial Helvetius : Regards sur La Havane = Miradas a La Habana, un libro de fotografía (introducción, entrevista y  traducción de los  textos en español de Marc Sagaert).

 

Quercus

 

« Quercus es la palabra latina para designar el roble. El autor quien dice haber vivido de niño en un lugar rodeado de robles se embarca aquí  – después de Virgilio y acompañado de  Gianni Burattoni y de sus dibujos – en una serie de bucólicos. Es un canto de vida exaltado, una declaración de panteísmo ateo poco frecuente en la poesía contemporánea. El Seminario de las noches es un viaje en el mundo ficticio de la noche, lleno de temores infantiles y sus desviaciones adultas, su melancolía y su soledad. El imaginario baroco, el tono y la maestría de esta poesía demuestran la personalidad de este autor.”

 

 

Franck Delorieux es un poeta.  Franck Delorieux es un fotógrafo.  En su jardín, la savia es la tinta que se nutre de diferentes maderas.  Sobre la textura sedosa y lisa como la piel del Vélin, Ingres y Arches, la fotografía se revela y la obra se escribe. A gaya ciencia, ambos se rebelan.

En La Habana, los pasos del fotógrafo se apresuran, repletos de entusiasmo al andar. El camino guía y anuncia la dirección de sus pasos y sus ojos. El ojo cautivado de golpe se suspende. Se pierde en la línea de fuga de las columnas, en los juegos de arquitectura de grandes edificios y casas. A lo largo del muelle, de un callejón o sobre una plaza, la caminata se detiene espontáneamente, encuentra una pared y un parapeto donde posarse, mientras el silencio le acompaña, extendiendo su línea de horizonte. «El ojo, diría Silvia Baron Supervielle, obedece al deseo de la revelación ».

En La Habana, la fotografía del artista se teje de blanco y negro. Representa el alfa y el omega. El viento, la tormenta y el balanceo de las oleadas. Tal como la espuma del mar, este ligero bordado del espacio y del tiempo canta con  sus gotas de agua. Oleaje, alegros del oleaje, da rienda suelta a su felicidad. Truena con toda la fuerza de sus scherzos. En el contrapunto del soplo, tiritan las armonías de su lápiz negro. El hombre desdeña la lluvia. Camina hacia el castillo del Morro, la entrada de la bahía hasta La Cabaña, a lo largo del muelle.

Oxidado por el salitre, agraviado por las olas, el Malecón no parece prestar atención a esta furia, la avenida Maceo se burla.  Lo afrontan. Y el agua brota de golpe, fría, algodonosa y cargada de aluviones. Envuelve la risa de los adolescentes, el temblor friolento de los niños y sus juegos, hasta el agotamiento. Las olas que saltan les cubren y les abrigan. Hasta su desaparición y su resurgimiento. Las nubes hacen madejas en el cielo que se estira cariñosamente sobre el mar.

La paleta del fotógrafo parece infinita. Es toda una gama de negros que juega  su partición de luz, al igual que su ritmo, su elegancia. Es materia, es carbón, carboncillo, carbono, basalto y otras maderas del ébano. Como en las telas del gran pintor, los negros se imponen. Evocan la tierra, el aire, el fuego y el agua. Se iluminan, orquestan los paisajes, perfilan las figuras y hacen brotar, por contraste,  la poesía de los lugares.

Los blancos son más discretos. Los grises rivalizan con intensidad, pelean a veces hasta que llega la oscuridad y permiten a la mirada naufragar.

 

Marc Sagaert

(Fragmento del texto del libro)

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